La Casa Grande del Pumarejo fue escenario de un evento único para el folklore y la tradición oral andaluza. Una actividad conjunta entre la propia Casa y el Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico, englobado dentro del II Seminario de Patrimonio Inmaterial “Los sonidos silenciados: música, danza y tradición oral en Andalucía”. Las Zambombas y romances de Arcos de la Frontera, los fandangos y las Coplas del Romero de Almonaster la Real y las Corraleras de Lebrija acercaron su tradición a un patio de vecindad en el que hasta las macetas se arrancaron a bailar.
“Es un momento histórico que estemos todas hoy aquí reunidas, llenando de alegría este patio y que Felisa y toda la Casa del Pumarejo nos acoja” Eran las palabras de Gema Carrera, del Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico, encargada de guiar el acto. Sentada al corro estaba Felisa, que una vez más hizo de su casa la casa de todos. “Encantada de recibir a todas y todos” fueron sus palabras.
El almirez y las panderetas no podían hacerse esperar y fueron las mujeres de Arcos las primeras en entonar el cante. La antropóloga Eusebia López fue quien las presentó como “mujeres que han jugado y juegan un papel especial en la transmisión y son depositarias de esas letras y repertorios que en el 2015 se declararon como Bien de Interés Cultural de Andalucía”. Una declaración que se hizo en conjunción con la Zambomba de Jerez pero que sin embargo cada una tiene una dinámica distinta. Pepa Caro fue quien nos explicó sobre esa labor de transmisión, además de cómo se organiza y mantiene lo que ella define como “la fiesta más entrañable de la navidad de Arcos”, la Zambomba. Se trata de una tradición que durante muchos años, las mujeres que vivían en patios de vecindad, cuando llegaba la navidad, hacían pestiños y buñuelos y cantaban. Para hacer la zambomba “cogían una tinaja mediana a la que se le ponía una tela de muselina muy tensa, el carrizo, que tenía como una especie de platillo al final de la caña, y un poquito de agua al lado para mojarse las manos y tocar”. Sin embargo, se trata de una tradición que durante unos años atravesó un momento complicado “con el cambio generacional la gente se aísla un poco y los escenarios donde se hacían las Zambombas digamos que empiezan a desaparecer, la televisión ocupa mucho espacio también” comentó. Por otro lado se empiezan a producir discos con letras que se cantaban en Arcos y también en Jerez, pero interpretadas por flamenco, perdiéndose la cadencia morisca y sefardí con la que cantaban los arcenses. “Entonces, tuvimos la suerte de contar con estas mujeres que están aquí que pertenecen a la Asociación de Mujeres Beatriz Pacheco, que es la primera asociación de mujeres que se creó en mi pueblo, y que fueron las que rescataron la tradición oral y vuelven a empezar a cantar, contagiando a gran parte del pueblo”. Aunque confiesa que el flamenco también les gusta bastante, ven necesario salvar esos romances profanos que cantaban sus madres “tengo que decir que en el pueblo han sido las mujeres las que han dado ese empujón y han hecho posible que ahora las Zambombas de Arcos se canten por Arcos”. Concluyeron cantando el romance Cuando las mocitas tienen 15 años.
De Arcos de la Frontera nos fuimos a la Sierra de Huelva, concretamente a Almonaster la Real “donde las Cruces de Mayo es una fiesta que define a su gente” apuntó Celeste Jiménez, antropóloga y profesora en la Universidad de Huelva, además de gran conocedora de las Cruces de Almonaster. Lo de esta localidad es un tanto característico ya que la tradición divide al pueblo en dos hermandades: la Hermandad de la Cruz del Llano y la Hermandad de la Cruz de la Fuente. En ambas la protagonista es la mujer, donde su figura no sólo es importante a la hora de transmitir los conocimientos musicales, sino también gastronómicos o sobre cómo adornar una cruz. “Se sigue manteniendo la exaltación de la mujer que respondía a aquellos ritos paganos en los que se le cantaba a la vida, a la felicidad. Eso se sigue haciendo cada vez que se exalta a la mayordoma” Fueron las palabras de María José, de la Cruz del Llano, que piensa que a través de la cruces se conforma la identidad de su pueblo, el cual se distingue del resto de las cruces andaluzas por tener una música con raíces propias. El plano musical nos lo explicó su presidenta, Mari Carmen Romero. El fandango en cada una de sus variantes es la pieza musical de mayor protagonismo, siendo los Fandangos de Pique uno de los más conocidos “se canta en la madrugada del sábado al primer domingo de mayo, con letras siempre alusivas y para engrandecer la cruz propia. A veces los que peor parado salen son los mayordomos de la cruz contraria, pero como decimos nosotras: el pique se queda en Almonaster y la relación con la cruz contraria es bastante amistosa” dijo. El domingo se cantan las Coplas del Romero, “que son coplas y no fandangos”, con características musicales diferentes. Son también muy famosos los Fandangos de la Rúa que “se cantan en cada una de las cruces alrededor de la peana de la cruz, en el momento en que se está en la calle, cuando los hermanos de cada una rodean la peana de cada una de las cruces” explicó. La fiesta concluye el martes con el Fandango de la Gira, que se canta en la Calle de la Fuente, acompañado de panderetas, gaita y el tamboril, además de una banda de música “Ahí finaliza la fiesta. Recogida, pena y cansancio, para al día siguiente empezar con la cruz del siguiente año”. Después de una muestra de sus repertorios era el turno de las Corraleras de Lebrija.
Con la Cruz del Mantillo luciendo detrás, Paca hablaba de sus vivencias como crucera, las vivía junto a su familia porque a su padre le encantaban “antiguamente iban las niñas por las casas pidiendo una perra gorda para montar la cruz, se montaban de limosna” recordó. El tiempo ha cambiado un poco la tradición, y los jóvenes como Juande la han vivido de otra manera “las Cruces de Lebrija son un poco más desordenadas. Tienen una especie de protocolo que no está recogido: es una quedada en la plaza, donde cada uno somos de nuestro padre y de nuestra madre, y formamos pandillas que cada una se dirige a una cruz. Lebrija ha llegado a tener hasta 28 cruces” explicó. También tienen un protocolo gastronómico; los caracoles blanquillos, las habas, los caldos de puchero y el botijo de vino no fallan nunca. Las coplas son letras que coinciden con el refranero popular como la de Garbanzos Verdes que en Lebrija también se canta. “Las cruces son patrimonio, cada una de las aquí presentes son un patrimonio, porque cada una tiene un apodo y cada una canta sus coplas”.
El vino, el pan con aceite y el tablao se encargaron de hacer el resto hasta que cayó la noche. Se ponía fin a una fiesta que mostró la pluralidad de folklores e identidades de Andalucía.
(Crónica de Manuel Borrego)